La implicación plena y absoluta de la Hermandad de la Humildad en la construcción de la nueva ermita de San Francisco –levantada entre 1751 y 1758 bajo la dirección del hermano de la cofradía Alonso Ruiz Florindo–, queda igualmente patente en la premura con la que ésta acometió la ejecución del nuevo retablo mayor para el flamante templo.
A pesar de no ser la propietaria del inmueble, la hermandad -como usufructuaria de la misma- llegó a convertirse en la principal promotora de la ermita, asumiendo en gran medida el montante de los gastos, a cambio de lo que impuso ciertas prerrogativas a la fábrica parroquial. Así queda reflejado en el acta del cabildo celebrado por los hermanos de la Humildad el 11 de octubre de 1751, bajo la presidencia del vicario D. Sebastián Fariñas. En dicha sesión, en la que acuerdan la demolición de la vieja ermita y su reedificación, determinaron que la hermandad concurriría a los gastos en la medida de sus posibilidades y sin faltar a sus principales obligaciones, «con la prebención a q, cuando llegue el caso de fabricar dha Hermita se a de disponer su Capilla maior de forma que puedan colocarse en ella demás del titular que es el S.r S.n Franco de Asís, se an de colocar asimismo en ella el S.r de la Umildad y Paciencia, y la Virgen de Consolación y el S.r S.n Juan Bautista. Y así lo acordaron y firmaron…».
Si bien el nuevo templo –culminada la obra de albañilería– fue bendecido en septiembre de 1758, habrían de disponer a las sagradas imágenes en retablos efímeros provisionales o con piezas reaprovechadas, muy probablemente procedentes del primitivo templo. En la data de 1758 consta cómo se le abonó al maestro carpintero Hermenegildo Pérez 511 reales por las puertas de la calle y 368 por la hechura del púlpito y el «aliño del retablo del Señor». Asimismo, consta los apuntes de 150 reales por poner el retablo del Señor y 500 de trabajos sobre el mismo.
Todo ello no sería más que una circunstancia temporal, pues una vez instalada en el nuevo edificio la cofradía emprendió inmediatamente la ejecución del retablo mayor, como queda patente en la relación de gastos que hace el mayordomo Bartolomé Ruiz, que entre el 20 de octubre de 1758 y el 8 de diciembre de 1762 desembolsa la cantidad de 4.500 reales por la hechura del retablo del Señor de la Humildad, a la sazón, el mayor de la nueva ermita de San Francisco.
Al igual que se hiciera durante los años de la obra, para poder afrontar estos gastos extraordinarios la hermandad pidió donativos repetidamente, casa a casa, a los fontaniegos de la época, cuyas aportaciones más cuantiosas quedan claramente asentadas en la documentación archivada; prueba de ello son los 94 reales recogidos por el devoto Francisco Fernández en agosto de 1759 o los 200 que en febrero de 1769 se juntó para el dorado del retablo.
Y es que, culminada la producción y talla del retablo, este fue instalado a falta de su dorado, cuyo proceso fue prolongado y no exento de problemas, hasta el punto de tener que recurrir a la justicia a denunciar los incumplimientos por parte del dorador, que estaba faltando a los compromisos adquiridos con la cofradía.
Esa lentitud del proceso queda demostrada en los abonos realizados por la entidad contratante. Entre en 1778 y 1781 el mayordomo de la cofradía Andrés Ruiz desembolsó 1.100 reales en una «primera partida del dorado del retablo», seguidamente 1.800 al maestro dorador y 400 de «reunir» el retablo. En 1782 se pagan 4.000 reales, 2.300 al año siguiente y en 1785 otras pequeñas cantidades, año en el que comienzan los problemas con el dorador por incumplir su trabajo; habiendo que esperar hasta septiembre de 1786 para que la justicia dictaminara en favor de la cofradía de la Humildad, obligando al maestro dorador a costear los trabajos pendientes para culminar el retablo en cuestión, que muy probablemente se ejecutaron con celeridad.
A pesar de encontrarse incompleto –y en espera de la resolución judicial antes citada–, el 9 de agosto de 1785 «se colocó» al Señor de la Humildad en el nuevo retablo mayor y al día siguiente se celebró la fiesta por tal hecho con misa cantada y la asistencia de todo el clero de la villa.
Rematado el dorado, la disposición y empeño de la hermandad en su compromiso con seguir engrandeciendo el templo no cesó, y en 1788 emprenden la construcción de una nueva sacristía y un camarín del Señor tras la hornacina principal del retablo mayor: «seis mes de marzo de dicho anño en el Nombre del Sr y su madre Santisma se principio unaobra la dicha hermandad que se iso una Sacristia Nueva sacada de simientos y un Camarín donde se halla colocado Nuestro Amante el Sr del Humildad […] fue su maestro Juan Ruiz Florindo»; otro de los Florindos –hermano de Alonso– muy implicado en la vida y gobierno de la hermandad.
El nuevo camarín para el Señor, del que un inventario de 1803 especifica que su cúpula se hallaba «tallada y dorada», fue culminado en cuestión de meses, por lo que el 6 de diciembre del mismo año 1788 se colocó al Señor en el mismo, de manera festiva y solemnemente con «Te Deum y miserere».
De este modo, la cofradía veía culminado el magno proyecto de la capilla mayor de la ermita, cuyo retablo, según describe el inventario patrimonial antes citado, ocupaba toda la capilla, en madera dorada, y estaba presidido en el centro por Nuestro Padre Señor de la Humildad sobre una urna o peana dorada en la cual había dos efigies pequeñas de la Dolorosa y San Pedro, ambas de talla y doradas, mientras que 16 angelitos con los atributos de la Pasión jalonaban la citada peana. Para engalanar al Señor había un dosel de terciopelo carmesí galoneado de oro y pendiente de 4 varas de hierro doradas que se apoyaban sobre la urna. Por otra parte, un velo de damasco carmesí cubría el hueco del camarín, que a esta fecha –por lo que de la documentación se desprende– no estaba al culto. En la parte superior del retablo se situaba una imagen de San Francisco, mientras que a los lados del Señor aparecían las de San Fernando a la izquierda y San Bartolomé a la derecha. Las tres efigies de cuerpo casi natural eran de talla y estofadas con perfiles de oro.
El siglo XVIII había supuesto para la primitiva cofradía de Ntra. Sra. de Consolación su consolidación en la piedad popular fontaniega en su doble condición de hermandad de gloria y penitencial. Una fortaleza que queda patente en el primer tercio del siglo XIX, al tratarse de la única corporación cofradiera que se mantiene activa ininterrumpidamente en la vida religiosa de la villa.
Llegado a este punto nos situamos en 1824. La realidad política del Trienio Liberal había dejado sin pasos en la calle a los fieles fontaniegos en las semanas santas de los años 1822, 1823 y 1824. A pesar de ello, los del barrio del Postigo habían mantenido el culto interno a sus Titulares.
De este modo, en el mes de septiembre de 1824 se celebró la solemnidad de Nuestra Señora de Consolación, y para ello, la cofradía se enforzó en ponerlo todo a punto para los días de la fiesta, invirtiendo en cera, lejía, cal y «pellejos para limpiar la ermita», según quedó anotado en los libros de cuentas. Y como venían haciendo desde siglos atrás, el 12 de septiembre conmemoraron a su Titular letífica, cuyo coste de la ceremonia religiosa ascendió a 91 reales, más los 80 que percibió el presbítero encargado del sermón. Asimismo, se compraron bizcochos y «vino para el refresco» posterior a la misa, siguiendo la jornada festiva a lo largo del día en los puestos instalados en el barrio con motivo de la ya entonces llamada Fiesta de la Ermita.
Pero al caer la noche, la adversidad dominó al barrio del Postigo y el toque de la campana y los gritos pusieron a la vecindad en pie. Salía humo de la ermita, y las llamas estaban devorando el retablo mayor de la iglesia. Era en torno a las 12 de la noche. A pesar del riesgo, los devotos –enarbolados de su devoción al Señor–, lograron rescatar la imagen del Cristo y sofocar las llamas, aunque el nuevo retablo quedaría prácticamente calcinado, víctima del infortunio y la hecatombe vivida.
El desprendimiento del pabilo de una vela mal apagada sobre los paños que engalanaban el altar, había provocado tal desgracia.
Cerrado el edificio, el Señor de la Humildad fue trasladado a la iglesia parroquial, y tuvo que ser intervenido de los daños que había sufrido, principalmente en la zona del pecho. Los alarifes de albañilería de la villa, que a la fecha eran los hermanos Juan y José Ruiz Florindo, reconocieron el edificio, y dichosamente no había sufrido ningún daño estructural, más allá de la pérdida del retablo, las consecuencias del humo y el deterioro considerable del camarín del Cristo.Inmediatamente, la cofradía inició los trabajos de reparación empleando en un nuevo retablo y las intervenciones acometidas en el templo la cantidad de 4.760 reales, a los que hay que sumar los 2.787 gastados en las funciones y «la encarnación del Señor» –probablemente fuera repolicromado– y 300 en dos colchas de damasco azul para un velo y fondo del Cristo.
Y recobrada la normalidad en la ermita –en la media de lo posible–, el domingo «6 de febrero [de 1825] sehiso una procesión para llevar al Señor de la Humildad qe. estaba en esta Parroquial desde el día 12 de septiembre del año pasado de mil ochocientos veinte y cuatro; por haverse quemado el noche del dho. dia 12 todo el retablo del altar mayor qe. era de madera. La procesión fue hecha en toda solennidad a la qe. asistió todo el clero, y las dos jurisdicciones Eclesiástica y Civil; y repique general: fue costeada por la Hermandad del Señor dela Humildad».
Días más tarde, el «24 de Febrero se hiso una funcion en la Hermita de S.n Fran.co en accion de gracias por haverse retocado la efigie del Señor de la Humildad y haverse hecho nuevo su altar, qe. fue quemado el dia 12 de Septimbre por la noche del año pasado de 1824. Asistió a dha. funcion el Clero, Beneficio, tercia, Misa y sermón y terno de 1.ª Clase».
Repuesto al culto el templo, en marzo de 1826 la hermandad acometió la obra para reformar el camarín, con objeto de revertir los daños del fuego. Para ello empleó 1.245 reales, más 25 reales en cinco fanegas de yeso, 64 en el carpintero y otros importes menores en «cal de Morón» y «jornales de blanqueo».
El nuevo retablo, escueto y sobrio, se componía de cuatro columnas de «yeso pintado con filetes dorados», tal como se describe en un inventario de 1885; en la hornacina central presidía el Señor de la Humildad y, a sus lados, dos pequeñas efigies de San Joaquín y Santa Ana, mientras que en la parte superior se situaba una escultura de talla y tamaño natural de San Francisco de Asís.
Parece ser que la cofradía no mantenía buenas relaciones con el capiller de la ermita, responsable de su cuidado y seguridad, al que responsabilizaban del fuego acaecido. Se trataba de Francisco Abad, natural y vecino de Fuentes, y que venía ejerciendo la labor de ermitaño desde 1817. En 1827, solicitó al cardenal Cienfuegos, titular de la sede hispalense, le concediese el título de ermitaño «para que nadie le pueda incomodar», puesto que en la última década había desarrollado su menester al cuidado de la ermita «con el mayor esmero y primor».
Al concedérsele el nombramiento interino, «El rector, hermano mayor, conciliario, alcaldes y secretario de la Hermandad de N. S. De Consolación habiendo llegado a entender que se le ha despachado título o nombramiento de ermitaño a Francisco Abad, se dice que el administrador de esta ermita a nuestra solicitud lo separó de ella. No nos ha ocasionado este hombre más que desgracias y la primera fue en el año de 1824 que por su descuido su cedió un espantoso incendio en el que se quemó todo el retablo mayor estando en peligro de haberse arruinado todo el edificio y las sagradas imágenes que como por milagro por un singular arrojo de sus devotos se sacaron de entre las llamas a las 12 de la noche del día 12 de septiembre del dicho año, la hermandad se dio tanta prisa a acudir a su reparación que el 6 de febrero de 1825 se celebró la función de la renovación habiéndose gastado en el retablo mayor 6.000 reales al fin quedo todo mejorado».Ante tal petición, el 9 de febrero de 1828 se dictó auto por parte de la autoridad eclesiástica para que se cesara en el «cargo de ermitaño a Francisco Abad dejando al cuidado a Antonio José Delgado [presbítero rector de la ermita] la elección de persona que sirva y desempeñe el mencionado cargo».
Con la llegada de las Hermanas de la Cruz, la Compañía instaló un retablo de talla solicitado al Arzobispado de Sevilla y procedente de la iglesia del Carmen, también nombrada de San Roque, del desaparecido convento de carmelitas calzados de Carmona, suprimido por José I en el primer tercio del siglo XIX.
Tal retablo era uno de los dos en «madera de Flandes con los gruesos correspondientes al esqueleto arreglados a diseño» que los religiosos contrataran en 1772 con Francisco de Acosta «el Mayor», y que se instalaron colaterales al mayor, en el crucero del templo, cuyo coste ascendió a 15.000 reales.
Solicitados al arzobispado de Sevilla, uno de ellos vino a Fuentes de Andalucía y su semejante a la capilla del colegio Sagrada Familia (Vedruna) de Sevilla, donde permanece.
Francis J. González Fernández
Cronista oficial de la villa de Fuentes de Andalucía
FUENTES CONSULTADAS Y BIBLIOGRAFÍA:
Archivo de la Catedral de Sevilla
· Sec. varios, Serie Priorato de Ermitas, Libro 93, Libro de la Hermandad de Ntra. Señora de Consolación. Obra de la Hermita, y cuentas de la Hermandad, siendo Mayordomo Gerónimo de Aguilar. 1753-1803.
Archivo General del Arzobispado de Sevilla
· FA. Sec. III. Justicia. Pleitos ordinarios. Sign. 11670.
· Sec. Administración General, Lib. 15851, Libro para los gastos de la Hermandad de Nuestra Madre y Señora de Consolación.
Archivo de la Hermandad de Humildad de Fuentes de Andalucía
· Libro de los cabildos de la Hermandad de Nuestra Señora de Consolación cita en la Ermita de Nuestro Padre San Franco de esta villa de Fuentes de 1732-1903.
· Libro de cuentas y data. 1803-1882.
Archivo Histórico Municipal de Fuentes de Andalucía
· Serie Actas Capitulares. Libro 15. 1824.
Archivo Parroquial Santa María la Blanca de Fuentes de Andalucía
· Serie Colecturía. Libro 14.
· Sección Fábrica. Serie Inventarios. Inventarios de las Iglesias de Fuentes de Andalucía, 1885.
DE LA VILLA NOGALES, Fernando y MIRA CABALLOS, Esteban. Documentos inéditos para la historia del arte en la provincia de Sevilla, siglos XVI al XVIII. Sevilla: Los autores, 1993.
DELGADO ABOZA, Francisco Manuel. Nuevos datos sobre la Ermita de San Francisco y la Hermandad de la Humildad de Fuentes de Andalucía. Sevilla: Fundación Cruzcampo, 2000. Separata de I Simposio sobre Hermandades de Sevilla y su provincia. Págs. 163-191.
HALCÓN, Fátima; HERRERA, Francisco y RECIO, Álvaro. El Retablo Barroco Sevillano. Sevilla: Universidad de Sevilla y Fundación El Monte, 2000.